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EL HERRADOR



El hombre debió descubrir muy pronto los inconvenientes de andar descalzo. Las espinas, los guijarros, el agua y el hielo le fueron aconsejando mirar a dónde pisaba y proteger sus pies en determinadas circunstancias.

Esta protección le convino al hombre trasladarla a algunos animales, sobre todo a aquellos que debían mover grandes pesos o ayudar a su dueño en las duras faenas de la agricultura, concretamente a los asnos y caballos y al ganado vacuno. Así nació el herrador, el artesano que hacía los hierros y se los aplicaba a los cascos de las caballerías y al ganado vacuno.

El herrador necesitaba un fogón, como el herrero. Sobre el yunque cortaba las platinas de hierro en tamaños adecuados para caballos, mulas, burros y, por supuesto, bueyes y vacas. Últimamente, los clavos de herrar, de una forma peculiar, los recibían de fábrica en barriles de madera. Su herramienta principal era el pujabante o pala de hierro acerado y afilado, los bordes laterales se vuelven hacia arriba y en los ángulos de la extremidad anterior se forma una media caña, la parte posterior se prolonga en un mango de madera. Con el pujabante se cortaba el casco de las bestias, que se perfeccionaba con las tenazas y con las cuchillas.

El ganado caballar se herraba más fácilmente que el vacuno. Con algún ejemplar agresivo se usaba el acial, dos tablillas con dientes de sierra que puestas en el hocico, sobre todo de alguna mula, la mantenía quietecita durante la labor. De vez en cuando soltaba al aire alguna coz, que el herrador sabía esquivar sin soltar la pata del animal.

El ganado vacuno, al no aguantar de pies sólo sobre tres patas, exigía el potro para ser herrado. Aún existe en nuestro pueblo, aunque quizás por muy poco tiempo dado que la fragua amenaza ruina y, en consecuencia, al derrumbarse destruirá a la vez también el potro, único testigo que queda de una actividad de la que cada día se acuerda menos gente.

En el herradero había siempre un corro de curiosos que seguían las maniobras del maestro herrador, desde que atusaba al animal para tenerle propicio, hasta que remataba los clavos en la masa callosa de las patas.

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